Era cerca de medianoche. Camino de la madrugada, en los últimos tramos de una nueva noche. Había cenado con amigos, había pasado la tarde-noche fuera, cenando fuera de casa. Al volver, disfruté.
Un paseo nocturno, solitario, incluso especial. Creo que los mejores paseos, los que más disfruto, siempre son por la noche. Sobre todo en ciudades. Me pasaba en Madrid, me pasó en Barcelona y me pasa en Valencia. También en mi paraíso particular, pero en otras magnitudes, al ser un pueblo. Las ciudades se transforman. Lo que durante el día es bullicio, agobios, ruido, gente por todos lados, desaparece, duerme, se marcha durante unas horas.
Siempre me llama la atención ese plano visual vertical de un paso de cebra en una gran avenida. Durante el día, coches, tráfico, teniendo que ir con mil ojos. Durante la noche, nada, casi silencio, como mucho el camión de la basura (si es que coincide en ese momento). Podrías pasar un par de minutos andando por medio de esa jungla de asfalto silenciosa y no pasaría nada, porque ningún coche amenazaría tu integridad física.
Son los pequeños placeres de la vida, como escribir estas letras de madrugada, en la oscuridad de una habitación cualquiera, con la melódica voz de la cantante irlandesa y su "Call me" de fondo. Debemos valorarlos. Encontraremos pequeñas gotas de satisfacción, o incluso felicidad, casi de la nada. La felicidad también es un paseo solitario de noche, una dulce melodia de fondo.