Era domingo. Un domingo sin fútbol de primer nivel. Sí había partidos, pero la resaca de la Final de Champions League en Cardiff era el tema más trending del país. Me aburría, sinceramente. Nunca me han atraído este tipo de eventos y celebraciones. Más allá de rellenar el ego de los futbolistas y protagonistas, no le veo mucho más sentido. Pero tampoco lo critico. Que cada uno consuma aquello que le guste. Yo no.
Decidí hacer diversas tareas del hogar, y luego, ya tarde, me puse a ver mi lista de "Ver más tarde" de YouTube, que estaba bastante dejada últimamente y había que abrirla para que se aireara un poco. Y fue una decisión maravillosa.
Se fue la luz diurna. El cielo se llenó de nubes negras que llamaban a una tormenta dominical que, sí, acabaría llegando. No es que se hiciera de noche, no era tan tarde, es que la climatología se hizo dueña del aura, del ambiente. Puse una vela. Y ahí estaba, en la cama, tumbado, desconectando del mundo, en mi mundo, viendo vídeos que, por suerte, fueron muy buenos.
Rompió el cielo. Cayó una duradera y extensa tormenta. Ahí estaba, ahí me encontraba. A oscuras, con la vela de fondo, con el sonido de la lluvia, viendo uno de mis formatos favoritos desde hace unos meses (los Daily Rush, de Rush Smith). Me he enamorado de ese momento. Y gratis.
¿Quién dice que los domingos son aburridos? Para mí, nunca lo son. Normalmente estoy entretenido con el fútbol, pero cuando éste desaparece temporalmente por unos meses suelo usarlos para otras cosas, y nunca tengo esa sensación pesada, de digestión dura, que transmite el dicho popular de "domingo de manta y sofá".
Me gustan los domingos. Me gustan sus momentos.