El gran lago, el que más agua contenía en el país, el que parecía más bonito, el de los atardeceres románticos, el que escondía leyendas mágicas, estaba contaminado. Sus aguas contenían partículas tóxicas, podridas, nada saludables, nada beneficiosas para la salud, pero la ignorancia de muchos les seguía nublando la vista seguían con su discurso, y por ello acudían en cada ocaso, cada día.
Hay muchísima gente tóxica, más de lo que podemos pensar, más de la que seguramente pensemos, y en Twitter campan a sus anchas sin control. Pero en la vida real, esa que hay más allá del portal de casa, esa en la que entras cuando bajas el primer escalón, no se quedan cortos.
Compartí el pasado fin de semana una carta traducida que Mesut Özil había publicado en su perfil oficial de Facebook celebrando y haciendo balance de sus primeros 4 años como futbolista del Arsenal. Una confesión, reflexión, preciosa, llena de sentimiento, de recuerdos, de incluso mensajes directos para ex-jugadores y leyendas que pregonan su sentimiento pero sólo emiten críticas y no aportan soluciones. Un texto cargado de sensaciones que el jugador alemán decidió emitir y que intenté traducir de la mejor de las formas para que ese mensaje, que me pareció emotivo, llegara a mis seguidores. Bien, pues una carta tan bonita, no fue tal para un usuario que seleccionó una pequeña frase para menospreciar el resto de contenido, para generalizar y destripar en mil trozos un mensaje que nada tenía que ver con lo expuesto por Özil.
Una persona tóxica en toda regla. Una persona que, quizás, probablemente, tenga complejos y sólo vea los fallos, las cosas negativas, en el resto de personas, cosas, situaciones, creando una retroalimentación que sólo puede provocar vómitos, diarreas y todo tipo de repulsa hacia el contenido positivo, bonito, emotivo. Una carta que superaba las 750 palabras y fue resumida a una frase donde aparecían sus títulos conseguidos. Unos títulos que, probablemente, no sean los más prestigiosos del planeta, pero son oficiales, son títulos de carácter verídico, que existen, que no tienen aura de pretemporada. Pero no. Había que rascar y sacar la basura, poner la mesa perdida de desperdicios y ensuciarlo todo porque no podía ser todo bonito.
Gente tóxica que nos rodea, que siempre están atentos para todo aquello que pueda parecer bueno, positivo. Siempre tendrán un 'pero', siempre te dirán que algo no es un 10, sino un 9'5, siempre aportarán su punto de vista desvirtuado por si acaso habías pedido su opinión (que no suele pasar, además). Están ahí, son personas, y evidentemente hay que dejarles estar, pero se deben tomar medidas para evitarles. Más que nada porque al final afectan, acaban haciéndote gastar una energía de forma inútil. ¿Sabéis ese dicho popular de "Mira qué preciosa está la Luna" y siempre habrá alguien que te diga que tienes la uña del dedo sucio? Pues eso precisamente es lo que ocurre en estos casos. Personas negativas, que se quedan con el detalle menor, con el ambientador agotado del Ferrari, con las moscas del más bello atardecer, de la arena pegajosa en el más preciado de los paraísos.
Las cosas malas, negativas, o que no gustan tanto, existen. Es irremediable. La perfección no existe. El mundo, además, vive tiempos complicados, difíciles, donde el 'Yo' prioriza al conjunto, donde el colectivo ya no es lo que era. Y esas personas que tienden al lado gris y negro, están ahí, esperando, al acecho. Por suerte, en redes sociales, existen herramientas fáciles de usar para evitar que torpedeen. En la vida real es algo más difícil, pero no imposible. Se trata de hablar claro. Dirán que eres demasiado directo, incluso estúpido, pero las herramientas están ahí.
Queremos disfrutar del lago, aunque sepamos que está contaminado. Desde arriba, las vistas siguen siendo preciosas, aislándonos de su realidad, porque queremos que siga siendo bonito, mágico, sin necesidad de saber que es tóxico.