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Foto del escritorEsteban Gómez

La lluvia me convenció


Eran pasadas las seis de la tarde. La casa ya estaba medio a oscuras. Era ese tramo solar en el que ni es de noche, ni de día, ni de tarde. Momento mágico, para mí. Crepúsculo, más bien, pero sin vampiros. Que yo sepa, claro. Había acabado de trabajar y me había autoconvencido de que debía ir a mi rutinaria visita de cafetería vespertina para, después de trabajar, seguir haciendo cosas. El aburrimiento no existe en mi vida, y no sé si es bueno o es malo. No me apetecía mucho, esa es la verdad, pero aún así tenía claro que debía salir a despejar un poco la mente. Hacía frío, y eso no facilitaba mucho el tema. Aún así, decidí a salir.

Bajando por el ascensor, ya transformado en un militar que se dedica a explotar la Antártida, o mi pueblo en el mes de enero, notaba que algo pasaba ahí fuera, donde la gente hacía vida, sus cosas. Y sí. Así era, así estaba ocurriendo. No sé en qué finca vivo (en la que me quedan apenas días antes de mi viaje por Navidad y mi mudanza), pero desde mi habitación (que da a la galería) no escuchaba el agua que estaba cayendo. No chispeaba. Llovía. Y llovía con ganas, como ese pedo que llevas un rato aguantando con educación. Con fuerza, rotundidad.

Ahí fue cuando me autoconvencí del todo. No quería ir, no me apetecía, pero aún así me había impuesto salir para despejarme un poco tras la jornada laboral. Ah, pero ya no podía. Estaba lloviendo. Dudé 1 segundo. ¿Era necesario mojarse para salir, sin más? ¿De verdad era necesario correr ese riesgo cuando realmente quería pasar la tarde viendo vídeos de YouTube guardados con cariño? No. Y así ocurrió.

Tarde tranquila. Metido en la cama, con el pantalón de pijama, con un buen café caliente, con el ordenador, viendo vídeos, desconectando hasta la noche, cuando vería (también con calma) los primeros pasos de la jornada intersemanal de Premier League. Y qué bien sienta eso de dedicar una tarde a desconectar, a sentirse libre de poder hacerlo.

No soy la persona más fiestera ni la más extravagante. Nunca lo he sido. Mucho menos ahora. Pero qué bien se siente uno cuando de forma inesperada, cuando todo llamaba a paseo, café, ordenador, libretas y listas. Hoy no. Hoy tocó algunos de esos factores, pero en la intimidad de un hogar, de una cama.

Qué bien sienta, damas y caballeros.

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