El barrio de Las Letras, en Madrid. The Beatles, de fondo. Hoy decidí bajar y callejear por el barrio hasta llegar a esta cafetería que se ha convertido, con el paso de los años, en uno de mis rincones favoritos cuando nace el innato sentimiento de la expresión.
Reconozco que es un barrio que me enamoró desde el primer día. No ahora. En 2015, cuando viví por segunda vez en Madrid. Antes había vivido en un hotel durante un mes. Pero esa vez no. Esa vez, menos comodidades. Alquilé una habitación en el centro a un precio que ahora parecería una locura (por lo bajo de su cifra) y fue, entonces, cuando encontré este pequeño gran rincón. ¿Sabéis? Este barrio me recuerda mucho, cada vez más, al descrito por Raquel Córcoles en su c̶ó̶m̶i̶c̶ novela gráfica "El cooltureta". Quizás por eso me gusta tanto. Cuando leí aquella publicación, hace unos años, me encantó, y cuando me he visto viviendo en un lugar así sólo puedo saborear cada uno de mis días aquí.
Todo ahora mismo es romántico aquí. Un amante de la escritura, con pretensiones de crear sus futuras publicaciones impresas, viviendo en un barrio bohemio de la capital donde se respira cultura por los cuatro costados, donde (dicen) vivieron algunos de los más grandes, y respetados, escritores de lengua hispana, viviendo en un estudio, viviendo en una buhardilla del centro de Madrid. Si no soñara despierto, estaría cometiendo un gran error. Seguramente disfrutaría algo menos. Seguramente no me habría convencido de que, contra todo pronóstico, no quiero marchar de aquí.
A mi izquierda tengo un gran ventanal desde la que puedo observar una plaza. Una plaza rodeada de balcones, de fachadas de ladrillos. Una plaza donde hay un chico jugando a béisbol en pleno centro de Madrid. Una plaza donde un hombre, tumbado a la sombra, toca la guitarra. Pero para llegar aquí tuve que andar como 10 minutos, cuesta abajo, paseando por calles casi silenciosas, tranquilas, donde observaba cafeterías de esas que yo catalogo de cuquis, donde poder tomar un café, o lo que surja, tranquilamente, donde observaba salas de exposiciones, comercios que no encontraría en otro lugar.
Me encanta el lugar donde vivo. Todavía no hablo de mi barrio porque el sentimiento del calor doméstico siempre pertenecerá a mi terreta querida, Valencia. Sin embargo, algo sí tengo claro. No quiero marchar, no quiero, por el momento, volver.