Las comparaciones son odiosas, dicen, y en este caso cada vez es más ridículo. Durante años se implantó con rotundidad que la liga española era la mejor del mundo, que ahí jugaban los mejores jugadores del mundo, que ahí se encontraban los mejores clubes del planeta, que la selección ganaba y brillaba a nivel mundial, que los clubes españoles reinaban en Europa. Una verdad, a medias. Había que decirlo. Había que decirlo, pero no se decía. Una verdad a medias que seguía la corriente de los grandes medios. Sí, pero no. Sí, pero con matices muy importantes.
Y luego estaban las consecuencias. Si no lo decías, si te confesabas seguidor de otro campeonato incluso te decían que eras anti-patriótico (como si eso fuera algo vergonzante). Incluso algo peor, que no tenías ni idea de nada. Una mentira contada mil veces que cuajó bien, incluso llegó a asentarse, pero en su base, en sus raíces, seguía siendo mentira. La decían miles de personas, pero la mentira seguía siendo mentira, y si te atrevías a ir contracorriente eras algo así como un desertor.
España tenía a los dos mejores clubes, pero todo quedaba limitado a dos: Real Madrid y Barcelona. España tenía a los dos mejores jugadores (Messi y Cristiano), pero todo quedaba limitado a dos clubes: Real Madrid y Barcelona. La selección española ganaba y brillaba en el periodo 2008-2012, pero su base (incluso su estilo) se localizaba y basaba en dos clubes: Barcelona y Real Madrid. Sí, también ganaban torneos europeos, pero la Copa de Europa tenía a dos equipos: Barcelona y Real Madrid. Es cierto que la Europa League abría un poco el abanico con Atlético de Madrid y Sevilla. Todo resumido a Real Madrid y Barcelona. ¿Eso quiere decir que era la mejor liga del mundo? Parece ser que sí. No vengo yo ahora a negarlo. Ahora, sin Cristiano Ronaldo, sin la dupla con Messi. Parece ser que ya no es lo que era, que mucha gente echa en falta ese gusanillo, ese continuo goteo, esa rutina semanal. Entonces, ¿todo dependía de ese duelo, de ese clásico doméstico para que la liga española fuera la mejor? ¿Qué pasa con los 18 equipos restantes? ¿Qué ocurre con los Atlético, Sevilla, Valencia, Villarreal, Athletic Club, Real Sociedad...? ¿Qué ocurre con los Parejo, Oblak, Gerard Moreno, Oyarzabal, Banega...? ¿Qué pasa con todo eso? ¿Ahora resulta que todo ha cambiado, que ya nada brilla igual? Lo dicho. Humo, una mentira repetida mil veces, todo camuflado bajo el contexto del Barcelona-Real Madrid. El resto importaba más bien poco más allá de ambas capitales, para desgracia del resto de aficionados que aman al club de sus amores.
Pero luego llegó la segunda parte del show, del espectáculo. Luego llegó el casi esperpento. Cambios en el campeonato y federación bajo el famoso lema del cambio. Llegaban a La Liga y la RFEF caras nuevas que iban a dar aire fresco (decían) e iban a renovar todo lo anterior conocido. Decían, porque el aire se ha podrido con el paso del tiempo a pasos agigantados. Una dura lucha de egos ha convertido un campeonato maravilloso en un barrizal en los que entran en escena, una de las mejores ligas del planeta en un torneo institucionalmente dantesco, vergonzoso, rozando lo aburrido. Horarios, el VAR, calendarios, decisiones... Un sinfín de tramas, escenarios, que han acabado en un enfrentamiento que, por otra parte, parece seguir la línea del país en otros ámbitos también de las altas esferas. El Clásico del Camp Nou, el último ejemplo. Unos ofreciendo una fecha, otros una diferente, claro. Unos ofreciendo una solución y los otros, con tal de no aceptarla, otra. Y así con todo.
Es evidente que la situación social en Barcelona requería de algún análisis, incluso alguna medida, pero ni siquiera así, en un clima de tensión máxima, en una ciudad que respira nerviosismo. Ni siquiera así son capaces de lograr un acuerdo, una medida común. Es una pena, porque el fútbol español tiene, insisto, un campeonato fantástico. El fútbol español tiene un torneo competitivo más allá de los denominados grandes. Pero está mal gestionado, está mal dirigido. Los hilos aéreos están podridos. El Clásico, el último gran ejemplo del pitorreo.