Hoy, en mi feed de vídeos en YouTube, apareció una de tantas publicaciones de El País. Luz Sin Filtros es una sección que, confieso, me gusta bastante. Por sus contenidos, por su enfoque, por su edición. Creo que es una producción que se sale de lo puramente informativo y aporta mucho de la mano de Luz Sánchez-Mellado. Que algo aporte hoy en día, creo, debe ser valorado.
Hoy, planteaban una pregunta: "¿Julio o Agosto?". Y es interesante, porque dice mucho de la gente que usa sus días de vacaciones en uno u otro mes. Para mí, si tuviera que elegir, julio me transmite más fugacidad y crea problemas posteriores. Me explico. Si te marchas de vacaciones en agosto, te vas cuando llegan los de julio y, si te vas en julio, sabes que eres de los primeros y, luego, verás irse al resto de compañeras y compañeros. No es mi estilo. No sería mi decisión, honestamente.
Yo sería más de agosto. Sería algo así como "¡Hola!", mientras sales por la puerta dirigiéndote a tus vacaciones y pudiendo lanzar tu pullita: "Cuídame mi sitio estas semanas...". No entiendo, sinceramente, qué ventajas hay marchándose en julio, y no en agosto. Ni pensar en esas personas que se marchan en junio. Supongo, habrá aspectos familiares y personales, siendo (quizás) la única forma de unificar a la familia. Pero, libremente, me supone una extrañeza.
Si marcharse en agosto ya no me atrae, imagina en julio. Lo digo porque, siempre que puedo, yo me marcho en septiembre, y si puedo apurar, a partir de la segunda quincena. Es decir, cuando todas y todos ya están de vuelta, con el síndrome post-vacacional latiendo y asfixiando. Es decir, cuando la gran mayoría de personas ya se han ido, y han vuelto. Es el momento perfecto.
Dicen "quien ríe último, ríe mejor". Esto no se trata de reír, ni de vengarse. No, para nada. Nada de eso. Pero mover ficha en último lugar, creo, ofrece más ventajas que inconvenientes. Además, creo que es marca de la casa. El ir a contracorriente es algo maravilloso.
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