Si eres aficionado al fútbol, seguramente hayas oído hablar de Fiebre en las gradas, el libro de Nick Hornby que narra sus vivencias, principalmente, como seguidor del Arsenal y, también, en diferentes estadios de fútbol inglés.
Creo recordar que llegó a mi vida por primera vez allá por 2012, cuando decidí que la Premier League iba a ser algo parecido a un modo de vida. Me recuerdo allí, en la habitación del fondo de mi segunda residencia en el interior de la provincia de València, cuando decidí que quería focalizar mi futuro hacia el fútbol inglés. Allí, por aquella época, escuché referencias sobre Fiebre en las gradas por primera vez. Algo así como una lectura must para todo aquel aficionado al fútbol, especialmente si tu mirada va semanalmente hacia las islas británicas.
Soy aficionado de la Premier League, de las diferentes categorías del fútbol inglés, de algunos equipos de las islas británicas, de todos los contenidos que generan, de todas las historias románticas que nacen por aquellos lares. Por lo tanto, debía leer ese libro.
Lo he hecho. Lo he hecho casi una década después, casi por obligación (debo confesar), casi como una tarea pendiente que debía cerrar para estar en calma interna conmigo. No era una obsesión, pero se dio la ocasión de darle prioridad y me puse a ello.
Lo he leído y, lo siento, no me ha parecido esa maravilla que pregonan. No me ha parecido un libro extraordinario. No me ha ofrecido nada novedoso. Ante esto quiero dejar claro que quizás su valor y su potencial existía cuando se publicó y en los años posteriores. No digo que no. Pero ahora, finiquitando el primer tercio de 2023, no me ha gustado tanto como debería haberlo hecho.
Sí reconozco que las primeras páginas me suscitaron interés, pero poco a poco fui perdiéndolo, poco a poco fui aburriéndome y poco a poco fui sintiendo algo así como resquemor ante esa idea de joya literaria que me habían vendido desde hace muchos años.
El libro se me hace repetitivo, con anécdotas personales que ya he leído parecidas en otros libros como 11 Ciudades o Away Days, con la sensación de que Nick Hornby no es una persona tan especial como para que sus vivencias sean excepcionales. Se me hizo pesado, lo reconozco.
Ahora, cuando ya lo he acabado, me doy la razón a mí mismo y a mi intuición. Si he tardado tanto en leerlo, si me ha costado tanto ponerme a ello, era porque realmente no me llamaba demasiado la atención. Su lectura ha sido algo así como una obligación popular. Si era una joya basada en un aficionado inglés, debía gustarme. Debía maravillarme, de hecho. Pero no. Ni una cosa ni otra. Sólo he conseguido reforzar mi sentimiento de saber qué quiero y qué no quiero. Y en este caso, no quiero recordar demasiado lo leído. No ha sido ninguna obra maestra.
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