Desde hace mucho tiempo escribo análisis. Textos muy trabajados, con mucho esfuerzo en la sombra. Aparentemente simples, pero con una carga de trabajo mucho mayor que si me siento a escribir, opino, expulso mi punto de vista y pongo el punto final.
Reconozco que, cuando los estoy preparando y escribiendo, pienso en si van a ser valorados como merece. Pronto me convenzo de que no. Es así. Y no porque no valga la pena. No porque no sea un buen análisis o reportaje. Lo son. Es así, pero la era de lo fugaz, de lo veloz (sin tener en cuenta, además, que la gente lee cada vez menos) deja cada vez menos espacio para el consumo de este tipo de contenidos. Pero automáticamente me doy cuenta de que me gusta, de que disfruto muchísimo haciéndolo. Si sumo que de verdad sé que son contenidos de calidad y que me hace feliz, no tengo dudas.
Y en esas me encuentro desde hace mucho tiempo. Mi trabajo me estresa, pero me hace feliz. Soy un privilegiado.
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